sábado, 22 de septiembre de 2012

Madrugada del 22 al 23.

Creía que era el momento, el lugar, el tiempo idóneo para volver a escribir. Su rostro ya no lloraba. Había dejado el llanto atrás para volver a perderse en sí misma, ya no necesitaba a nadie, sólo a su propio ser, al que había dejado tanto tiempo abandonado. Y así estaba, rota tanto por dentro como por fuera, en mil pedazos. Y vacía, de dar mucho y recibir nada. 'Nada' la palabra que la había acompañado durante tantos meses, la palabra que había rellenado tantas maletas, tantos pensamientos, la palabra que llevaba siempre con ella, que se clavaba como cuchillos mil veces por segundo, fría, pesada.
Pero el tiempo había pasado, llegaba septiembre, y ella quería que llegase, el verano había resultado bastante agotador con todas sus noches en vela, hasta las seis de la madrugada pensando en cosas que no debería pensar, pensando en nada, comiéndose la cabeza mientras el mundo se la comía a ella.
Hasta que por fin tomó la decisión en el momento exacto. Empezaron las clases y zanjar con todo era la mejor opción, costase lo que costase. Y con esto me refiero a cualquier precio.
Las clases habían llegado para hacer que su cabeza no pensase en nada que no fuese de provecho, en centrarse y en olvidar todas esas cosas que ocupaban demasiado lugar en su mente. Y efectivamente dio resultado. A ella no le costó mucho tiempo volver a sonreír. Parecía increíble, su sonrisa estaba otra vez puesta, colocada justo en el sitio en el que se quedó hacía varios meses. Por primera vez no sólo sonreía por fuera, sino también por dentro. Y había echo reformas. Esa sonrisa no debía volver a caerse por nada del mundo.