jueves, 27 de diciembre de 2012

¿En qué piensas?

Dime por qué estás tan triste. Dime qué es lo que hace que estés aquí, tan sola, dejando caer lágrimas por tu rostro. Cuéntame, vacía aquí tus penas, lanza tus miedos. 
Súbete en el tren, no lo pierdas. No lo dejes escapar. Hazlo, o estarás eternamente arrepentida. Haz lo que sea, pero no te dejes morir lentamente, ni derretir por lágrimas, ni consumir por odio. No te dejes vencer. 
Haz lo que tu corazón chille, lo que susurre. Pero obedecele. 
Nadie sabrá mejor lo que necesitas, más que tu corazón. 
Cierra los ojos, pequeña. Mira lo que quieras. ¿Qué ves? Imagina, siente. Saca a flote todos los sentimientos, que no se hundan, que no te ahogues. 
Anda, no corras. Ve despacio, no hay prisa...
¿Ves que la música se pare? Nunca. Tú tampoco lo hagas. Déjate llevar, en la música se puede pausar, pero no te atranques. Cuando un disco se atranca, se repite, ya no funciona. Y tú debes funcionar siempre, pequeña. Respira, rompe el aire. Descubre, que todos los ríos desembocan en el mar. Entiende, que no sólo respirar es vivir, y descubre, que vivir, también es morir. 

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Me refiero a la intensidad del momento. A la velocidad del viento. A la distancia que separan sus labios de los míos, al ritmo de los latidos del corazón.
Al everest de las sensaciones. No somos de piedra. Tampoco de carne y hueso. De lo único que estamos formados es de un montón de sueños, de ilusiones, de sensaciones, de miedos y de inseguridades, estamos completamente formados de inseguridades y miedos. Por el qué dirán.
Por un lenguaje de sonrisas, miradas y latidos.
Nada más que eso.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Coquita intentando sonreir

Los días sucedían, de lunes a viernes, de domingo a domingo, de doce a doce, sin descanso, y  la pequeña Coquita estaba perdida en alguien desde octubre hasta este mismo instante. Bueno, desde octubre, y desde siempre. Pero las cosas estaban así.
Tarde tras tarde, noche tras noche, beso tras beso y caricia tras caricia. Él estaba ahí. Conmigo, sonriese o llorase. Hiciese frío, calor, tronase, o nevase. Porque lo importante para él era estar conmigo y para mi estar con él. Ni la hora, ni el lugar, ni el momento...
Somos muy felices juntos. Hay chistes, canciones, sonrisas, miradas, millones de besos y alguna que otra caricia. No somos novios, pero somos muchísimo más que eso. Somos  nosotros. Juntos. Y a mi me encantaba esa sensación de darle la mano bajo las mantas, me encantaba él y todo lo que hacía conmigo. Todo.
Hace dos días mi corazón perdió algo que quería y mis ojos no dejaban de llover. Por suerte él estaba ahí, yo lo llamé para verlo. Era en ese momento o creo que me sacaría el corazón del pecho con mis propias manos. 
Salí de casa y andaba rápido, el corazón me iba a mil y mi cabeza no podía pensar nada en ese momento, sólo en respirar, en secarme la cara y en darle un abrazo enorme. Por fin me lo vi. Me abrazó fuerte y me hizo reír todo el camino. Pasé la tarde en su casa, solos, él y yo. Me hizo de merendar una tostada con mantequilla y había muchos besos. 
Antes de irse, abrazó fuerte, y me susurró: 
"Por favor, no estés mal. No me quiero ir así, no llores, no estés triste. Hazlo. Hazlo por mi."
Y esa noche, fui más fuerte que nunca. Lo intenté y lo conseguí. No lloré, aunque me moría de ganas de hacerlo. Pero a la misma vez, sé que él se moría de ganas de que no lo hiciese, de que no llorase. Porque yo sentía que él me veía, me observaba y sabía lo que sentía y lo que hacía en cada momento. 
Es increíble lo que puedes llegar a querer a una persona. Querer verla a todas horas. O como él me dijo:
"Yo quiero verte a todas horas. Incluso cuando estoy contigo, tengo ganas de verte."
Y yo creo que iba a untarlo en mantequilla y empezar a comérmelo. Porque lo quiero. Coquita estaba perdida en alguien, y no quería encontrarse nunca.