lunes, 22 de octubre de 2012

Mi identidad.

Yo era esa chica que se envolvió en su propio ego para hacerse más fuerte. Yo era la única persona que veía a través de las personas, que oía corazones. Que besaba sonrisas. Que se enamoraba de las almas. 
Era un nudo en su garganta. Era el grito que libera. La ola que rompe con todo. La nube que eclipsa a la Luna llena. La parte del cielo que amanece por el Este.
Yo era tan sólo una parte de lo que podía llegar a ser. La inspiración que te llega de un momento a otro. La nota de música que te hace llorar. Ésa era yo. 
Y mi vida se resumía en un carrete de fotos sin revelar. 
Había dejado de ser la niña que lloraba. Porque con el tiempo aprendí que las heridas que más duelen son las que no están en la piel. Que lo que quema, son las palabras en la garganta a punto de salir. Y yo ya no era la niña de sonrisa fácil. Ahora había hecho reformas, y los cimientos casi no resistían ya. Cuando todo afecta, cuando todo se derrumba, cuando te dejas la piel en arreglar lo que tú sola has destrozado. Cuando el sentimiento pincha. Y duele, y llora. 
Cuando las palabras vuelan, cuando el aire brilla. 
Los detalles era lo que más me gustaba. Me fijaba en todos, estuviesen donde estuviesen. A mi nada se  me resistía. Yo era capaz de presenciar los sentimientos de cualquier ser animados a distancia. De calar hasta lo más profundo de su ser, de exprimirlos con la mirada y sacar todo de ellos. Yo podía hacerlo. 
Y me encantaba. 
También empecé a sentirme afortunada. Tengo cosas que los demás sólo pueden soñar. Hay veces, como en todo, en las que da igual la cantidad de personas que haya a tu alrededor, porque una persona es capaz de sentirse completamente vacía y sola por dentro independientemente de las personas que se encuentren en ese preciso momento contigo. Pero, sin embargo, hay otros, de calor, de felicidad y calma interior en los que sientes que la sonrisa se te sale del rostro, en los que tus ojos brillan. Pero brillan mucho. Son capaces de deslumbrar a cualquier rostro triste. Y sin saber por qué. Porque...yo soy como la primavera.

domingo, 21 de octubre de 2012

Con las manos heladas.

Por fin llegó Octubre. El verano se había ido, y  con él el dichoso Julio.
Llegó el otoño para volver a helarme las manos, para sentir los pies congelados o más bien ni sentirlos. Octubre siempre me pareció un mes precioso, aunque el año anterior me jugase una mala pasada, aunque Octubre el año pasado me cerrase la puerta del amor en mis narices. Pero ahora, los dos nos reíamos de ese maldito Octubre. Este año se le había dado la vuelta a la tortilla, Octubre estaba perfectamente amueblado, construido totalmente a mi medida y estaba segura de que pocas cosas podían salir mal ya.
Porque ya tenía que descongelar el cerebro, aunque los rayos del sol ya no calentasen casi. La lluvia volvía a sonar en mis cristales, botas y paraguas. Su compañía, su calor. Sus abrazos. Sus besos. Su adorable nariz roja y fría.
Dicen que el otoño y el invierno son estaciones feas, frías, malas, y lluviosas. A mi, sin embargo, me parecían las mejores de todo el año. ¿Quién quiere enamorarse en verano? Yo lo había hecho. Y os aseguro que te quedas con las ganas de mantas, películas, y todas esas cosas que en el verano no puedes hacer.
Pero, esta, era la primera vez que la pequeña Coco se dejaba llevar por las caricias, besos, abrazos, en invierno. Y le encanta. No quiero que deje de ser invierno nunca. Quiero que siempre me deje sus sudaderas. Que la excusa del frío siempre sea válida. Y yo ahora mismo no cambiaría nada.
Ya no me acordaba casi de lo que era despertarse con una sonrisa y volver a dormirse con ella. Pero a Coco se le había abierto el cielo por muy nublado que estuviese, no sé a qué idiota se le habría ocurrido relacionar la lluvia con lo negativo.
Y ya era inevitable. Siempre que ella comiese chocolate, se acordaría de él...