domingo, 21 de octubre de 2012

Con las manos heladas.

Por fin llegó Octubre. El verano se había ido, y  con él el dichoso Julio.
Llegó el otoño para volver a helarme las manos, para sentir los pies congelados o más bien ni sentirlos. Octubre siempre me pareció un mes precioso, aunque el año anterior me jugase una mala pasada, aunque Octubre el año pasado me cerrase la puerta del amor en mis narices. Pero ahora, los dos nos reíamos de ese maldito Octubre. Este año se le había dado la vuelta a la tortilla, Octubre estaba perfectamente amueblado, construido totalmente a mi medida y estaba segura de que pocas cosas podían salir mal ya.
Porque ya tenía que descongelar el cerebro, aunque los rayos del sol ya no calentasen casi. La lluvia volvía a sonar en mis cristales, botas y paraguas. Su compañía, su calor. Sus abrazos. Sus besos. Su adorable nariz roja y fría.
Dicen que el otoño y el invierno son estaciones feas, frías, malas, y lluviosas. A mi, sin embargo, me parecían las mejores de todo el año. ¿Quién quiere enamorarse en verano? Yo lo había hecho. Y os aseguro que te quedas con las ganas de mantas, películas, y todas esas cosas que en el verano no puedes hacer.
Pero, esta, era la primera vez que la pequeña Coco se dejaba llevar por las caricias, besos, abrazos, en invierno. Y le encanta. No quiero que deje de ser invierno nunca. Quiero que siempre me deje sus sudaderas. Que la excusa del frío siempre sea válida. Y yo ahora mismo no cambiaría nada.
Ya no me acordaba casi de lo que era despertarse con una sonrisa y volver a dormirse con ella. Pero a Coco se le había abierto el cielo por muy nublado que estuviese, no sé a qué idiota se le habría ocurrido relacionar la lluvia con lo negativo.
Y ya era inevitable. Siempre que ella comiese chocolate, se acordaría de él...

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