miércoles, 23 de enero de 2013

Él me decía

Todos los días venía a verme y me traía chocolate. Todos los días me recibía con la misma sonrisa...y qué sonrisa. Inolvidable, de la cabeza a los pies, pasando por esos ojos verdes, siguiendo por su nariz, esa que nunca dejaba de morder. Siguiendo por sus labios...esos labios que eran tan míos como suyos. 
Las manos, que me cogían la cintura, que me acariciaban la cara, que me resbalaban por mi tripa hundiéndose en mi ombligo. 
Aquel cuerpo tan magnético, aquel cuerpo que parecía hecho de velcro, sólo para que fuese imposible despegarme de él, y él de mi. Un velcro que no queríamos despegar nunca, nunca, nunca...
Creo que todo tenía sabor a chocolate cuando estaba con él. Me llenaba de chocolate, de dulces, de besos, de más chocolate...y yo sonreía. De hecho eran los días más felices de mi vida.
No hacía falta salir de casa, mi cama estaba mucho más cerca y tampoco necesitábamos nada más. A mis sábanas le encantaba el olor de su piel, y allí quedaba, impregnado por todas partes por donde él pasase. La cama nos atrapaba, a ella también le gustaba nuestra presencia. Sólo ella sabe todos los besos, los abrazos, las veces que nos habíamos dicho "Te quiero" las veces que sus manos habían recorrido mi cuerpo. 
Nos conformábamos con poco. Y además era un secreto, era nuestro gran secreto.
Y allí mismo, entre las sábanas, me dijo que quería una vida conmigo. Una vida. Eso es mucho tiempo...eso es todo lo que yo puedo desear. Era lo que él me había dicho y yo no lo olvidaré. No olvidaré jamás como esas palabras salieron de su boca hasta mis oídos, directas al corazón. Hablamos durante mucho rato, el quería una hija y le quería poner mi nombre. Yo le decía que ojalá tuviese sus ojos y su nariz, y él se rió. 
Me abrazaba fuerte y me llenaba de besos mientras no dejaba de susurrar
"Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero..."
Pero sin embargo, este pasado, es en realidad un presente. 

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